La ancianidad en una sociedad liberal e individualista

Llegar a la ancianidad debería ser un tiempo de paz, de respeto, de dignidad. Una etapa donde la sabiduría acumulada se honra y valora. Sin embargo, en el seno de una sociedad gobernada por políticas liberales y marcada por un creciente egoísmo e individualismo, nuestros mayores se encontrarán atrapados en el olvido, la pobreza y la indiferencia.

El gobierno liberal, con su énfasis en la eficiencia económica y la reducción del gasto público, tiende a relegar a un segundo plano las necesidades de los más vulnerables. Las políticas de austeridad y la desregulación del mercado resultan en recortes en servicios sociales esenciales, dejando a muchos ancianos sin acceso a una atención adecuada, a una vivienda digna y a un sustento suficiente. La pobreza se convierte en una trampa insidiosa, exacerbada por pensiones insuficientes y el alto costo de vida, condenando a nuestros mayores a una vida de incertidumbre y privaciones.

Simultáneamente, una sociedad cada vez más egoísta e individualista, influenciado por una cultura que glorifica el éxito personal y la independencia económica, se distancia de las responsabilidades comunitarias y familiares, cristianas y solidarias. La indiferencia hacia la situación de los ancianos se vuelve una norma silenciosa, una invisibilidad que margina aún más a quienes han dado tanto a lo largo de sus vidas. La prisa cotidiana y la búsqueda incesante de logros personales desdibujan los lazos de solidaridad y compasión que son esenciales para una comunidad justa y equilibrada.

Esta conjunción de políticas deshumanizadoras y actitudes sociales insensibles crea un panorama sombrío para la ancianidad. Sin una red de apoyo fuerte, sin una comunidad que valore y cuide a sus mayores, estamos condenando a los ancianos a una existencia llena de soledad y desesperanza.
Reflexionar sobre esta realidad debería impulsarnos a abogar por un cambio profundo, tanto en nuestras políticas públicas como en nuestra cultura social, para construir un mundo donde la ancianidad sea sinónimo de dignidad, respeto y amor.

Por Luis Gotte ‘La trinchera bonaerense’

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